El coeficiente de inteligencia de una persona está correlacionado con el grosor de su corteza cerebral, según ha concluido una investigación en la que ha participado la Universidad Pompeu Fabra (UPF).
Detalle de un cerebro que se muestra en el Museo de la Evolución Humana de Burgos. EFE/Santi Otero
Según ha explicado el investigador del grupo de Adquisición del Lenguaje y Percepción (SAP) del Departamento de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (DTIC) de la UPF, Miguel Burgaleta, la corteza cerebral es una capa delgada de células nerviosas, de pocos milímetros de espesor, que interviene en funciones cognitivas como la percepción, el lenguaje, la memoria o la conciencia.
El estudio, que ha analizado a 188 niños y adolescentes durante dos años con intervención de investigadores españoles, ingleses, estadounidenses y canadienses y cuyo resultado publica la revista ‘NeuroImage‘, indica que la tasa de variación del grosor del córtex cerebral “es relevante”.
Cambio de paradigma
Según Burgaleta, la investigación significa “un cambio de paradigma en el estudio de las capacidades cognitivas y contribuye a entender el aspecto dinámico y plástico del cerebro y, por tanto, de las capacidades cognitivas de los humanos”.
La corteza cerebral se va reduciendo a partir de los cinco o los seis años como parte del proceso normal de desarrollo, pero el significado de estos cambios no están bien establecidos.
En este trabajo, los investigadores han estudiado al grupo de niños y adolescentes mediante resonancias magnéticas y han descubierto la relación entre los cambios en el grosor cortical cerebral y los cambios en el desarrollo del coeficiente de inteligencia.
Uno de los resultados principales del trabajo es que una reducción importante de la corteza cerebral correlaciona con una disminución significativa del coeficiente de inteligencia.
“Nuestra investigación indica que estas fluctuaciones en el coeficiente de inteligencia también esconden cambios genuinos en la inteligencia, ya que correlacionan con cambios en la estructura cerebral, un resultado que no se debería encontrar si las fluctuaciones fueran espurias o fruto del error de medición, como se había dicho anteriormente”, ha manifestado Burgaleta .
Según el investigador, “esto tiene implicaciones serias en cuanto al uso social del coeficiente de inteligencia”.
“Por ejemplo, a la hora de considerar el CI como criterio de admisión o diagnóstico. Aunque por supuesto no niega su poder predictivo, que se ha replicado en múltiples ocasiones, en cuanto a rendimiento académico o laboral”, ha puntualizado el científico.
Los resultados de este estudio pueden tener, según Burgaleta, implicaciones “de amplio alcance” en el ámbito pedagógico y también en el ámbito judicial, por ejemplo en situaciones en que el CI interviene en el establecimiento del veredicto final.
“En EE. UU., las personas con un CI por debajo de 70 no son elegibles para la pena capital”, han recordado los autores de la investigación, entre los que figuran también profesores de la Universidad Autónoma de Madrid e investigadores de la Fundación CIEN-Fundación Reina Sofía, junto con científicos de universidades y hospitales del Reino Unido, Estados Unidos y Canadá. EFEfuturo