Dependencias de investigación de la base Gabriel de Castilla. Foto de archivo. EFE/Bernardo Rodríguez
Ese es el contenido de la exposición “La Antártida, la vida al límite. Los viajes científicos hoy”, que hoy se ha inaugurado en el Museo Marítimo de Barcelona, organizada por el Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) y la Unidad de Tecnología Marina.
La exposición, abierta hasta el 8 de junio, exhibe por primera vez, entre otras cosas, algunos de los instrumentales científicos utilizados por los biólogos que viajan cada año a bordo de buques como el español “Hespérides” o el alemán “Polarstern”.
El comisario de la exposición, el biólogo marino y profesor de investigación del CSIC Josep Maria Gili, con quince años de expediciones antárticas a sus espaldas, ha explicado que parte de la muestra ha sido posible gracias a que el “Hespérides” este año no ha viajado, para someterse a una actualización.
Algunos de los aparatos que lleva este buque oceanográfico, como la red para capturar zooplanctón, autonalizadores automáticos, un vehículo operado remotamente, correntómetros -para medir la velocidad de la corrientes marinas- o rampas de filtración de aguas, se exhiben en la muestra, donde también se proyectan imágenes filmadas por científicos españoles a bordo del “Polarstern”.
“Las campañas científicas antárticas son caras (sólo el combustible necesario para tres meses cuesta 3 millones de euros), pero valen la pena y son muy necesarias”, ha subrayado Geli, cuya sonrisa, imborrable por ningún temporal antártico, transpira su admiración por la Antártida, “el único lugar del mundo donde se puede estudiar nuestro planeta sin la huella del hombre”.
La exposición, abierta hasta el 8 de junio, exhibe por primera vez, entre otras cosas, algunos de los instrumentales científicos utilizados por los biólogos que viajan cada año a bordo de buques como el español “Hespérides” o el alemán “Polarstern”.
El comisario de la exposición, el biólogo marino y profesor de investigación del CSIC Josep Maria Gili, con quince años de expediciones antárticas a sus espaldas, ha explicado que parte de la muestra ha sido posible gracias a que el “Hespérides” este año no ha viajado, para someterse a una actualización.
Algunos de los aparatos que lleva este buque oceanográfico, como la red para capturar zooplanctón, autonalizadores automáticos, un vehículo operado remotamente, correntómetros -para medir la velocidad de la corrientes marinas- o rampas de filtración de aguas, se exhiben en la muestra, donde también se proyectan imágenes filmadas por científicos españoles a bordo del “Polarstern”.
“Las campañas científicas antárticas son caras (sólo el combustible necesario para tres meses cuesta 3 millones de euros), pero valen la pena y son muy necesarias”, ha subrayado Geli, cuya sonrisa, imborrable por ningún temporal antártico, transpira su admiración por la Antártida, “el único lugar del mundo donde se puede estudiar nuestro planeta sin la huella del hombre”.
“En contra de lo que se puede pensar, la Antártida es un paraíso de vida y de biodiversidad, hay millones de especies y posiblemente es el mejor sitio para explicar el origen de la vida. También es clave para regular el clima del planeta: si la Antártida no existiese no podríamos vivir”, ha asegurado el científico.
De hecho, en la exposición se explica que este continente, que en invierno tiene 18.000 kilómetros cuadrados sólo de hielo marino, alberga el 68 % del agua dulce del planeta y refleja el 80 % de toda la luz del Sol incidente en la Tierra.
La exposición detalla cómo todavía es una aventura viajar a la Antártida y explica los complicados trámites burocráticos para obtener los permisos de viaje, cómo preparar los baúles con todo lo necesario -allí no hay tiendas, ni restaurantes, ni supermercados, ni hospitales-, cómo se trabaja en los laboratorios o recogiendo muestras, hasta el resultado final de la investigación.
“Tres meses de campaña en la Antártida suponen luego un año de trabajo en el laboratorio en España”, ha puntualizado Gili.
La exposición, salpicada de cartas marinas, mapas geográficos, datos climáticos, fotografías glaciales y objetos reales, permite a los visitantes experimentar un viaje a este extremo del mundo sin moverse de Barcelona y sentirse casi como integrante de la expedición que sir Ernest Shackleton dejó para los anales de la aventura.
“En los buques tenemos que llevar raciones de supervivencia para un año, por si nos quedamos atrapados”, ha recordado Gili, cuando se ha mencionado al expedicionario británico.
Esponjas y microalgas
En la exposición también se exhiben algunas de las especies -esponjas, microalgas, invertebrados marinos, krill…- capturadas en la Antártida e incluso se revela la vida a bordo de los barcos y cómo éstos rompen el hielo con una quilla ondulada gracias a su peso de 18.000 toneladas y a sus cuatro capas de acero en el casco.
“En la Antártida no ha hay silencio, todo el día ruge el viento y se oye crujir el hielo”, ha explicado el biólogo mientras enseña el iglú usado para que los buzos, provistos de gruesos trajes térmicos, perforen el hielo, se adentren en las profundidades marinas antárticas y no se congelen con el viento helado al salir mojados.
Gili se ha mostrado partidario de que el turismo llegue a la Antártida “aunque de manera controlada”, porque este continente, dice, “no debe ser patrimonio de nadie, y todo el mundo debería poder disfrutarlo, eso sí, con normas estrictas”.
De momento, el mayor control sobre el turismo lo ejerce el precio del viaje: una semana en la Antártida puede costar entre 6.000 y 7.000 euros, una minucia comparado con el 45 % de recortes que España ha aplicado a la investigación antártica, de la que se ha lamentado el comisario de la exposición.