La cápsula ha despegado por primera vez de Cabo Cañaveral y ha demostrado que está lista para emprender los más audaces viajes, entre ellos Marte
A la segunda fue la vencida. Con 24 horas de retraso sobre la fecha inicial, la nave Orion despegó por primera vez de Cabo Cañaveral y demostró que está lista para emprender los más audaces viajes interplanetarios. Todo marchó según lo esperado y no hubo más sorpresas de última hora.
Ha sido un vuelo de apenas cuatro horas y media. Un tiempo que puede parecer breve, pero que supone el definitivo regreso de la NASA a los vuelos espaciales tripulados, abandonados hace ya cuarenta años tras la última de las misiones Apolo. Y aunque en este primer vuelo de prueba no había tripulación alguna, en el horizonte se abren ahora destinos jamás visitados por el hombre, entre ellos el viaje a un asteroide o, más adelante, al deseado planeta
Marte e incluso más allá.
Durante las cuatro horas y media de este primer vuelo, la agencia espacial norteamericana ha comprobado si su nueva nave espacial,
Orion, está o no a la altura de lo que se esperaba de ella. Y, a falta de informes más detallados, parece ser que todo ha funcionado a la perfección.
1.200 sensores se han encargado de enviar datos al centro de control sobre todos y cada uno de los sistemas en las distintas fases del vuelo, desde su despegue a lomos del enorme cohete Delta IV (que junto con la Orion suma 740.000 kg. de peso) al amerizaje en pleno Océano Pacífico del módulo tripulado, de 8.600 kg. y la única parte de Orion que regresó a la Tierra. Pasando, por supuesto, por la peligrosa maniobra de reentrada a la atmósfera terrestre, a 32.000 km. por hora y soportando hasta 2.200 grados de temperatura.
Durante el vuelo y a pesar de su brevedad, Orion recorrió algo más de 96.000 km. y llegó a alcanzar, en su segunda órbita a nuestro planeta, una altitud de 5.800 km., necesaria para que la velocidad de reentrada fuera el 80% de la que hubiera experimentado si estuviera regresando de un viaje real a la Luna y poder comprobar así el buen funcionamiento de los escudos térmicos durante la reentrada.
La nave Orion, que esta vez no iba tripulada, consta de tres partes bien diferenciadas. En el centro, el módulo destinado a transportar a los astronautas, una cápsula de forma cónica y muy parecida a las utilizadas en las misiones Apolo, aunque sensiblemente más grande. Sobre ella, como un pequeño cohete adicional, el sistema de anulación de lanzamiento, diseñado para proteger a la cápsula durante el ascenso y expulsarla, con los astronautas dentro, a más de 9 km. de distancia en caso de los propulsores principales fallen o se produzca algún problema durante el lanzamiento que ponga en peligro la vida de los tripulantes.
La tercera parte, justo bajo la cápsula tripulada, es el módulo de servicio, encargado de suministrar combustible a los propulsores de la nave en las maniobras orbitales, así como agua, oxígeno y energía a la tripulación durante los largos viajes interplanetarios.
El despegue
El despegue se produjo a la hora prevista, poco después del amanecer en Florida y apenas cinco minutos después de la una, hora española. A partir de ese instante, el poderoso cohete Delta IV tardó apenas 17 minutos en colocar a Orión en órbita. Un tiempo durante el que se fueron eyectando las distintas partes del cohete. Lo primero en desprenderse, apenas cuatro minutos tras el despegue, fueron los dos enormes tanques laterales de combustible. El tanque central siguió impulsando a Orion durante un minuto y medio más antes de desprenderse, también, de la segunda fase del cohete y de la Orión.
Tras seis minutos más de vuelo, Orión eyectó los tres paneles que protegen el módulo de servicio y dan consistencia a la nave durante la fase de despegue. Inmediatamente después se desprendió también el sistema de anulación de lanzamiento, ya inútil en esa fase del vuelo. La segunda fase del cohete siguió después impulsando a Orión hasta su punto de máxima altitud. Para ello se encendió dos veces: la primera unos 7 minutos después del lanzamiento, al alcanzar su órbita inicial, y la segunda justo al final de esa primera órbita, impulsando la nave hasta su máxima altitud (5.800 km.), que alcanzó tres horas después del despegue.
Pasadas más de tres horas de vuelo, la segunda fase del cohete, junto con el módulo de servicio, se separaron a su vez de la cápsula de la tripulación, dejándola sola. A partir de ese momento, el módulo tripulado continuó por sus propios medios. Justo antes de completar su cuarta hora de vuelo y a falta de media hora para su amerizaje, el módulo se colocó en posición para la reentrada. Quince minutos más tarde, y aún a una altitud de 122.000 metros, volvió a entrar en contacto con la atmósfera para empezar una de las maniobras más peligrosas de todo el vuelo.
A una velocidad de 32.000 km. por hora, fue justo entonces cuando sus escudos térmicos tuvieron que soportar la máxima temperatura, de cerca de 2.200 grados centígrados. Los escudos aguantaron a la perfección, a la vez que la fricción con la atmósfera conseguía reducir, en apenas cinco minutos, la velocidad de desdenso de la cápsula de los 32.000 hasta los 480 km. por hora.
El amerizaje
Llegaba el momento de desplegar los paracaídas. Los dos primeros (de los ocho con los que va equipada la cápsula) se abrieron a unos 6.700 metros de altura, y en apenas un minuto dieron otro "frenazo" a la cápsula hasta una velocidad de 160 km. por hora antes de desprenderse definitivamente de ella. De inmediato se abrieron también los seis paracaidas restantes, primero los tres pequeños "pilotos" cuya misión es la de "tirar" de los otros tres, de grandes dimensiones y que se abrieron sin problema a una altura de 2.000 metros sobre el Pacífico, reduciendo de nuevo la velocidad de caída hasta los 27 km, por hora.
A esa velocidad reducida, Orión entro en contacto con el Océano Pacífico a unos 1.000 km. de las costas de California, donde la estaban esperando la nave anfibia USS Anchorage y la de salvamento USNS Salvor, ambas de la Armada estadounidense. Un equipo de especialistas, técnicos e ingenieros recuperaron el módulo para llevarlo al Centro Espacial Kennedy, donde será analizado al detalle durante las próximas semanas.
Durante futuras misiones tripuladas, la cápsula será recuperada y subida a bordo con los astronautas aún en su interior. Una vez fijada a la plataforma del barco, los héroes del espacio podrán salir para volver a respirar el aire de su planeta natal.
Todo ha salido, pues, según lo previsto. La nueva nave de la NASA ha logrado demostrar que está preparada para llevar al hombre a las profundidades del espacio y traerlo después a casa sano y salvo. El próximo vuelo de prueba, el segundo, no se llevará a cabo hasta 2018. Mientras, los ingenieros de la NASA y de la empresa constructora, Lockheed Martin, corregirán los defectos encontrados y prepararán a Orión para su prueba de fuego. El primer vuelo tripulado no llegará por lo menos hasta el año 2021 y todo apunta a que el destino será un asteroide.