Fotografía facilitada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de los cristales gigantes de yeso de Naica, en el estado mexicano de Chihuahua. EFE/Javier Trueba & Madrid Scientific Films. |
La Cueva de los cristales gigantes de Naica, en Chihuahua (México), no sólo es de una belleza espectacular, sino que además, es un laboratorio natural único para estudiar el origen de algunos procesos geológicos.
Los cristales de la Cueva de Naica, unas formaciones de yeso blanquecino que miden hasta once metros de largo y uno de grosor, se entrecruzan desde el suelo hasta el techo formando uno de los espectáculos más hermosos de la Tierra.La cueva fue descubierta por casualidad hace 14 años por dos obreros de la mina de Naica, y desde entonces, ha sido objeto de numerosas investigaciones como la que dirige el cristalógrafo del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra, Juan Manuel García-Ruíz.
Las conclusiones de esos casi 15 años de trabajo se acaban de publicar en la revista Chemical Society Reviews, que ha recopilado los hallazgos más importantes sobre el origen de esta cueva.
En declaraciones a Efe, Fermín Otálora, investigador del CSIC en el Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra, explica que la Cueva de Naica es “única”.
“Es un lugar impresionante, con unos cristales de un tamaño espectacular que no existen en ningún otro lugar del mundo, al menos no expuestos al aire como éstos”, puntualiza.
Desde el punto de vista científico, Naica es importante porque permite estudiar cómo se han formado los cristales de su interior, unas formaciones geológicas que “han crecido durante casi un millón de años a unas velocidades extremadamente lentas”.
Estudiar un crecimiento tan lento como éste es “irreproducible” en el laboratorio, y por eso este entorno es tan importante: “es un experimento que nos hemos encontrado ya hecho por la naturaleza” y que permite estudiar “procesos imposibles de estudiar en un laboratorio”, agrega Otálora.
Aplicaciones tecnológicas
Pero al margen de la curiosidad científica, saber cómo se han formado estos cristales tiene innumerables aplicaciones tecnológicas.
“A nuestra escala humana no solemos darle importancia a procesos que duran cientos de años” pero estudiarlos es útil para entender o prever otros procesos que suceden a esa velocidad, “por ejemplo saber cómo reaccionará dentro de 20.000 años el cemento de los contenedores que envuelven los residuos radiactivos, cuya vida media es de varios millones de años”, explica Otálora.
También, “estamos pensando en almacenar CO2 en depósitos del subsuelo, donde se producirá crecimiento y disolución de cristales y a velocidades geológicas, unas cuestiones que no nos van a afectar ahora pero que tendrán consecuencias dentro de miles de años y esta cueva es un experimento geológico natural que nos permite estudiar esos procesos”.
Por último, explica García-Ruíz, “la necesidad de estimar el tiempo durante en el que los cristales estuvieron creciendo ha impulsado el desarrollo de nuevas tecnologías experimentales para medir la velocidad de procesos ultralentos, la datación de materiales ultrapuros y la termometría de la cristalización”.
Fuente: EFEFuturo
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