¿Ya se ha dado cuenta? Cuanto más alto se encuentra alguien en la escala del poder, más discretos son sus gestos. Y cuanto más bajo está en dicha escala, más rico es su lenguaje corporal. Y algo más: cuanto más viejos nos hacemos, más frenamos nuestro lenguaje corporal. El poder y la edad reducen los gestos. Un ejemplo: cuando un niño miente, cubre su boca con la mano. Este gesto inconsciente no se pierde; en cambio, se modifica con los años. Cuando miente un adulto, su subconsciente le da igualmente la orden de retener las palabras. Sólo que los adultos ya no siguen ciegamente al inconsciente: detienen el gesto. Si bien la mano se mueve hacia la cara, en el último momento se produce una especie de frenado de emergencia. El gesto se desvía hacia la nariz, como si ésta picara.
Con otros gestos, sucede lo mismo. Por eso, cuanto más vieja es la persona, más difícil es la lectura de su lenguaje corporal. Sin embargo, el cuerpo no miente. Metafóricamente, se muerde los labios bastantes veces, pero eso también es significativo.
Lo más difícil es mentir cuando tenemos una estrecha relación con alguien. Ahí se notan todas las diminutas señales que, de repente, ya no concuerdan. Microseñales que no controlamos muy bien: el levantar una ceja, un tic en la comisura de los labios, estremecimiento de las pupilas. Todas ellas son signos que pueden desmentir la señal superior de la honestidad, las manos abiertas. En la mayoría de los casos, notamos instintivamente el engaño. Pero no siempre queremos creer a nuestro "sexto sentido", no queremos reconocerlo cuando las palabras y los gestos ya no están sincronizados.
En las mujeres, este instinto para los gestos que ya no corresponden a las palabras, es especialmente pronunciado. Este "sexto sentido" es más fuerte en las mujeres que tienen hijos. Los científicos lo explican sobre todo con el entrenamiento, porque en los primeros años de vida de sus hijos, las madres sólo pueden comunicarse con ellos a través del lenguaje corporal.
Incluso quien se entrena constantemente para ello, como por ejemplo los políticos, solamente es capaz de falsear sus señales corporales durante un corto tiempo y tiene que controlarse muy bien para que el cuerpo no vuelva a emitir constantemente señales arbitrarias que desmientan las palabras.
Los actores, "mentirosos" profesionales por motivos de su oficio, también tienen que hacer esta experiencia. Es por ello que conceden una importancia tan grande al hecho de que haya siempre una cierta distancia entre ellos y el público. Es la distancia que crea ilusiones. Los nuevos medios no han facilitado precisamente su tarea a los mimos. En el escenario, los movimientos, los gestos, tienen que ser estilizados, exagerados y cargados de emoción hasta estallar: la angustia en un solo gesto de la mano, emocionando hasta los de la última fila. Las pantallas de televisión y de cine nos han acercado a los intérpretes de ficción hasta casi parecer que se pueden tocar. Pero en la pequeña pantalla, los grandes gestos resultan inverosímiles, rimbombantes y ridículos. Por ello, los actores tieen que ser polifacéticos y hacer valer, delante de la cámara, gestos más matizados.
¿Se puede manipular el lenguaje corporal?
Quizá sea posible en alguna medida. La dificultad de una expresión contraria la verdad reside en que los procesos psicológicos subconscientes no son fáciles de determinar ni de dominar automáticamente.
Por eso, los que sólo se permiten una mentira oficiosa de vez en cuando, son los más frecuentemente pillados. Mientras mienten su subconsciente emite mucha energía nerviosa. Esta se transforma en un gesto inquieto que vuelve a negar todo lo que se acaba de construir laboriosamente con las palabras. Para decirlo cínicamente: el que, por razones profesionales, se aparta de vez en cuando del recto camino de la pura verdad, como puede ser el caso de un político, un actor, un representante o un vendedor, suele haber cultivado su lenguaje corporal hasta tal punto que ya no es del todo fácil descubrir la mentira.
Quien quiera faltar a la verdad y, al mismo tiempo, parecer creíble, tendrá que suprimir prácticamente todos los gestos. De hecho, esto sólo tiene éxito con los gestos muy grandes. Los pequeños, los micro-movimientos, no se dejan dominar tan fácilmente: ese tic ya mencionado de diversos músculos faciales, las pupilas, las gotas de sudor en las cejas, el rubor en las mejillas, los parpadeos y mil otros gestos que inspiran en los interlocutores el sentimiento de que la cosa no es tan fácil. Pero sólo los profesionales en el descubrimiento de mentiras, los psicólogos y los criminalistas, son capaces de percibir estos microgestos, ya que sólo aparecen durante fracciones de segundos.
Si una mentira tiene que funcionar, la táctica más segura es evitar la presencia directa. También es más fácil mentir cuando se está sentado detrás de una mesa de trabajo o mirando, por ejemplo, por encima de una valla. Pero el camino más seguro para una mentira sigue siendo la conversación telefónica; por eso, siempre se emplea para las despedidas y para toda clase de excusas.
Si se quiere aprender a comprender el lenguaje corporal, hay que tomarse un poco de tiempo y estudiar los gestos de los demás, allí donde el lenguaje corporal es verdadero y original: por ejemplo, en una estación de trenes o en un aeropuerto, por tratarse de lugares donde estamos bajo la presión del tiempo y donde se encuentran en juego sentimientos elementales: felicidad y alegría, irritación y preocupación o impaciencia. Pero no debe observarse sólo cuando ceden las barreras de control de los demás, cuando nuestros semejantes gesticulan, andan, están de pie o sentados. !Tomemos consciencia de nuestro propio lenguaje corporal! El conocimiento de nosotros mismos permitirá, en el futuro, un mejor entendimiento.
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